Hay una tendencia de pensamiento que se inclina a creer que la filosofía es inútil. Por ejemplo, en 1959 C.P. Snow, científico y escritor él mismo, comenzó una discusión acerca de lo que denominó las dos culturas: por un lado la cultura científica (donde quedaban incluidas las matemáticas, la física, la química) y por el otro la cultura humanista (adonde se remitían las artes y la filosofía y un poco las conocidas como ciencias sociales). En aquel momento, Snow reclamaba que la ciencia en la educación escolar estuviera tan relegada mientras la educación en artes era sobrevalorada, a pesar de que los avances tecnológicos habían sido decisivos para ganar la Segunda Guerra Mundial. El mismo Snow, en obras posteriores, limaría la aspereza con que se quejaba contra las humanidades, pero esa mecha de la dicotomía ciencia-humanidades ha continuado parpadeante y, de cuando en cuando, vuelve a encenderse para establecer diferencias.
En la actualidad, desde diversos ángulos, no faltan los eternos embates contra la filosofía y el más reciente viene de la mano de un científico británico de buenas referencias, el maestro Stephen Hawking, quien ha profundizado en el desentreñamiento teórico de los agujeros negros y del origen del universo. Según una nota periodística, en su reciente libro, El gran diseño, afirma que la filosofía ha muerto «porque no se ha mantenido al corriente de los desarrollos modernos de la ciencia, en particular de la física». Y que los científicos se han convertido en la vanguardia de la cruzada por la verdad. O algo así.
Yo estoy seguro de creer en las teorías del doctor Stephen Hawking. Él las ha de haber enunciado ya, antes de buscar vulgarizarlas en un libro, con un denso aparato matemático y seguramente una gran cantidad de científicos en diversas universidades importantes las ha comprobado con todo el rigor del método. En lo personal, lo del multiverso me parece una solución probable (aunque en matemáticas yo entendí hasta las derivadas y las integrales). Sin embargo, no deja de ser una sólida elucubración teórica de algo que, en este preciso momento histórico, ya no podemos atestiguar: el Big Bang. Explicación que, con cierta claridad, nos relata cómo es que estamos aquí, cómo está funcionando el espacio-tiempo, la diversidad de universos que ocurren simultáneamente, cómo se colapsará todo y de vuelta, al estilo de un eterno retorno. Pero no el porqué teleológico. (Quizá no lo tiene).
En este punto entran las potestades de la filosofía. Recordemos que la filosofía es una herramienta intelectual que, entre otras cosas, busca desentrañar la función del género humano en este mundo. Plantea las preguntas que el hombre se ha hecho desde el fondo del tiempo: ¿Para qué estoy aquí? ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Qué soy? ¿Qué me rodea? Desde los albores de nuestra consciencia como civilización, las grandes cuestiones han asomado al íntimo fuero de cualquier ser pensante. Nuestra especie, la más salvajemente inteligente de todas las criaturas que han poblado hasta ahora este mundo, le ha dado respuesta a esas interrogantes de diversas maneras: ha habido toda clase religiones y toda clase de escisiones religiosas y derivaciones sectarias. Infinidad. Amén del conjunto de dioses con los que cada civilización denominó cada uno de los fenómenos celestes, de los animales, de las hojas de los árboles.
Sin embargo, también ha habido personas que no se creyeron ese cuento y dijeron: «aquí hay gato encerrado» y se negaron a ciertos dogmas, e incluso los rebatieron con relativo éxito. La filosofía, como el fuego mismo, apareció en todas las culturas —tanto en China, como en Arabia, como en el reino maya— pero en un momento determinado de la historia convencional de la cultura occidental se sitúa el origen más lúcido de esta herramienta, definida ya como tal, en la antigua Grecia. A partir de entonces se comienza a hacer la pregunta sistemáticamente. Y en esa pregunta se quiso responder al porqué y al origen de las cosas no sólo por la hermosa narración mitológica de ellas, sino también por la reflexión. A veces, esa reflexión condujo desde temprano a la duda sobre los dioses y al agnosticismo, como en el caso de Protágoras (485-411 a.C.), quien hacia el final de su vida incluso tuvo que huir de su lugar de origen debido a lo incendiario de sus recelosas proposiciones respecto a los dioses. (De ahí que me refiera al éxito de la filosofía como relativo: aunque ha marcado grandes hitos en el conocimiento del mundo, tiende a chocar una y otra vez contra la misma piedra: la masa alienada).
En la búsqueda de la solución se dieron respuestas tanto sensatas como descabelladas, pero ambas fueron insuficientes. No obstante, la pregunta humana ya estaba haciéndose y su ávida búsqueda de solución, cada vez más afilada, se ha extendido por todos lados y en todas direcciones. La cuestión se enfocó hacia el interior de la mente, y la filosofía se volvió psicología; hacia la carne que lo hacía un ente vivo, y se volvió medicina; hacia las estrellas, y se volvió astrofísica; hacia la inmaterialidad de los números y se volvió matemática; hacia el fenómeno de los conjuntos de civilizaciones, y se hizo sociología; se hizo historia, antropología, lingüística, química...
Si hoy el doctor Hawking nos puede explicar (quizá sólo aproximadamente, para nosotros los legos) que el universo es en realidad multiverso, es debido a una larga serie de acontecimientos históricos regidos por la lucha de las ideas que han permitido, más mal que bien, más difícil que fácil, que la ciencia haya podido llegar a sus conclusiones teóricas. Pero es, hasta ahora, sólo la última de las respuestas dentro de su ámbito.
(Claro que si el doctor Hawking dice que Dios no sería necesario en un universo como éste, regido por fuerzas gravitacionales y excepciones, bueno, esa explicación ya dejó de ser física y se convierte en argumentación con tufos filosóficos. Un tema vigente y viejo en la humanidad: esa ausencia divina que se sospechaba desde las épocas agnósticas condujo a que algunos filósofos como Nietzsche de plano anunciaran su muerte. O sea que la filosofía especulativa, si queremos ver los avances humanos como una competencia, hizo su tarea primero para descifrar y aproximarse a la realidad y a su verdad aparente y profunda).
Por tanto, este último punto alcanzado de la ciencia física es también, y en todo su derecho, un patrimonio de la filosofía. Más que la puñalada artera, este el último dato suministrado por el doctor Hawking comprobará, aunque parezca difícil de creer, la buena salud de esta herramienta. El conocimiento de estos descubrimientos y teorías sobre la galaxia, su mera referencia o sesuda adquisición por parte de diversos sujetos humanos para completar el mapa de la realidad, serán aprehendidos mediante la reflexión personal de cada individuo. La filosofía será entonces la que pondere la importancia de este descubrimiento acerca de nuestra realidad (que no es poca) y, a partir de allí, busque desentrañar los nuevos paradigmas hacia el hombre mismo. Es decir, ya sabemos esto del multiverso, pero ¿cómo funciona eso dentro de nuestro mundo personal? ¿Cuál puede ser su función ética? ¿Cómo influirá esto en nuestro devenir social? Las respuestas vendrán de la síntesis de los conocimientos derivados de los otros múltiples brazos de la filosofía, que, contrario de lo afirmado por Hawking, y (¿por qué no decirlo?) a pesar de lucir aletargada, vive y se nutre, hoy como siempre, de la constante curiosidad humana.
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