Uno ya tiene treinta y dos años y es un ducho a la hora de descubrir camelos. Ya no lo engañan con pirámides empresariales o espejitos relucientes, y hasta aturdido por el alcohol sabe que se encuentra ante un intento de estafa cuando se paga con un billete de cincuenta algo de veinticinco y regresan quince pesos. Uno hasta sabe que la homeopatía, en sus «medicamentos», simplemente no funciona.
Uno ya conoce el hecho medular de que la trampa y el engaño son un gusto y un arte en ocasiones
bello y asombroso pero siempre punible.
Gracias a ello (pero sobre todo a la Historia) uno reconoce con facilidad la inconsistencia
de los discursos de los políticos o los recursos de los publicistas de dietas, fajas reductivas y colegialas del amor.
Uno a los treinta y dos años tiene hasta la experiencia que demuestra que en
el juego de la bolita siempre te van a ganar. Ya sabe qué significa que se lo hagan a guaje.
Incluso está avisado de la existencia del día de los inocentes. Lo sabe,
sabe además por qué esa gustosa tradición de tomar el pelo al prójimo ocurre en 28 de diciembre, sabe que en la cultura anglosajona existe el Fool´s day el primero abril y viene siendo lo mismo.
Uno está prevenido de las noticias extravagantes que puedan aparecer en esa fecha. Muchos medios de comunicación serios suelen prestarse al juego. Que si Stonehenge es una falsificación hecha en el siglo
XX y ahí están las fotos que lo demuestran. Que si unos arqueólogos encontraron una nave alienígena en una pirámide. Que si la PGR detuvo a Carlos Salinas por peculado. Que se acaba de descubrir
una isla habitada en lo más remoto del Pacífico Sur que nunca ha tenido contacto con el exterior. Que si la Luna es de queso gruyer...
El 28 de diciembre último, en El Universal quisieron sorprendernos
con la renuncia de López Obrador a la candidatura presidencial porque las encuestas no lo favorecían. Una media sonrisa y a lo que sigue.
Al día siguiente es 29 de diciembre y hay que pensar en que se aproxima el año
nuevo. Y luego llegan las fiestas y pasan, alegres y fugitivas, y uno se reintegra a la normalidad del 2011 con bríos renovados y juega a los santos reyes. El día siete de enero (cabañuela de julio, hace
calor, es mediodía) uno abre el lector de feeds y descubre una noticia que le rompe todos los esquemas. Desde la página de escritores.org, un sitio en el que la mayor parte del tiempo hay profesionalismo
y cuyos recursos siempre le han parecido de buena calidad, enviaban una noticia demasiado escandalosa. Acababa de aparecer en la ventanita: «Vargas Llosa podría perder el Nobel por usar "negros" para escribir sus
obras». Y el subtítulo: «La Academia sueca anuncia que investiga al autor de La ciudad y los perros por fraude: utilizar ‹puntos› que le proporcionan material para sus obras. Uno de ellos el cuñado
de su hijo Gonzalo».
Y en ese momento, pulsé para ir a la nota y devorarla.
Pienso: «¿Sven Goran Erikson Larsson es el mero chingón del Premio Nobel y además
su homónimo fue entrenador de la selección nacional? Hay de coincidencias a coincidencias y está está muy mamona. Qué extraño mundo. Parece una invención. ¿No me estarán
queriendo tomar el pelo?»
Me fui a la fecha de publicación de la nota y decía: siete de enero de 2011. Enviada por la agencia EFE. Justo en ese momento.
La noticia era tan jugosa que me amparé en la fuente de escritores.org y copié la dirección para postearla en mi muro de Facebook con una advertencia en la que hacía hincapié sobre el carácter de noticia no confirmada. «¡Pero qué fachoso hombre!», me indigné de pronto. Y tener
el descaro de acudir a la entrega de los premios Nobel y atreverse a llorar. Eso sí ya era una burla del derechismo más radical. Entonces aproveché para dejar un enlace a mi blog y afirmar que el que allí escribía ni prestaba,
ni pedía, ni copiaba a nadie los materiales de sus ficciones. (¡Haciendo leña del árbol caído!, míralo nomás.)
Y las preguntas se me agolpaban: ¿una obra maestra tan bien escrita y sabida narrar
como, por ejemplo, La guerra del fin del mundo, vale menos por ser quizá de carácter colectivo? ¿Cuántas mediocridades narrativas serán necesarias para levantar la ficción de Los
cachorros? ¿Por qué hacerlo? ¿Por funcionar económicamente guiados por un gurú? ¿Por ganarse el premio Nobel, siendo el alcanzarlo tan una lotería hasta cierto punto? ¿Por qué utilizar
esa técnica durante tanto tiempo? ¿Es malo o bueno, teniendo en cuenta las buenas obras que se han dado al alimón en la literatura? H. Bustos Domequ, por poner un ejemplo.
Bueno, el hecho es que había sido un fraude.
¿Pero, en estricto sentido, lo era?
Bueno, por lo pronto vamos viendo lo que opina la comunidad. Y lo posteé.
Y yo pensaba en toda esa tela que habría para cortar: ahora resultaba que el hombre detrás de una obra literaria magnífica no sólo era Mario, sino también el cuñado de su hijo, Fulano, Zutano, Chuchita la bolseada y Mengano. También Mengano. Y ahora decepcionaba a los extraños y a sus conocidos peor que si alguien fallara un gol en
la copa del mundo.
«Está noticia ya la debe tener El Universal o La Jornada». Me metí a los sitios de ambos y ¡todavía no la daban a conocer!
En ese momento volví a sospechar (que eso no quede sin consignar). Y quise saber el nombre del secretario de la Academia sueca.
Pero entonces descubrí que Carmina Estrada, editora de la revista Punto de
Partida, ya había dado una respuesta aclaratoria a mi actualización feisbuquera: «Se publicó en algún periódico el día de los inocentes, con la debida aclaración al calce.
Se ve que gustó, porque la siguen reproduciendo, aunque ya sin la nota al pie...»
Ah, con razón. Uh, qué pena. Uh, ya me volví contribuyente ingenuo
y proactivo de la desinformación que abunda luego por la zona de internet.
Híjole, no era Sven Goran Erickson Larsson, sino Goran K. Hansson...
Y de inmediato a escribir una carta al sitio web escritores.org (que en estos momentos ya dio de baja la nota) en la que les decía que se la habían jalado. Y dar el desmentido tres veces en el perfil (esta actividad siempre resulta difícil porque básicamente no se acostumbra). ¿Por qué tres veces? Bueno, porque en una plática con
una persona a quien no tengo en Facebook me comentó, cinco horas después de mi dislate y de que ya lo hubiera enmendado, que alguien le había mencionado que leyó en dicha red social la noticia de que Vargas Llosa era un fraude.
O sea que yo no era la única víctima de un engaño extemporáneo o, peor aún, yo podía haber sido el inicio de una bola de nieve. No exageraré mi importancia: si yo grito, ni quien se entere, pero ahí iba el chisme, haciéndose más
grande.
Inocentes palomitas de enero.
Por otra parte, Errare humanum est, lo sé. Por saber eso, mi ateísmo ha derrotado ya a mis culpas
católicas, pero no ciertos ritos, como la confesión (que en realidad, nunca llevé a cabo ni antes ni después de la primera comunión). A error público, confesión pública. Tres veces se requería decir qué había pasado. Para así a la cuarta reírme
a gusto por haber descubierto en mí un resabio en las tripas del antiguo pecado de la envidia, que no me gustó, pero qué ahí está, ahora lo sé, latente, vigente. Viene con el empaque.
Y con esto mi consciencia vuelve a quedar tranquila, pero avisada.
Nota académica: Debido a que mi consciencia vuelve a quedar tranquila y ahora está avisada, les ahorro a los que me quieran dar un consejo que sé cuál fue la clave del error: no se confirmó
la noticia desde el verdadero sitio fuente. Si la agencia EFE era la emisora, lo mejor era ir directamente a la página electrónica de la agencia EFE y ver esa noticia a ocho columnas y entonces sí pensar
en serio en un ensayo sobre el papel del escritor fantasma, el editor y hasta el corrector de pruebas cuyas perfectas sincronía y capacidad de equipo generaban obras maestras. Por cierto, los de escritores.org me enviaron un correo electrónico al día siguiente en el que me ofrecían disculpas. Según dijeron, vieron que otros medios reproducían el escándalo y... se las "colaron". Así que esta nota académica también les atañe.
Otras pifias en Facebook: ¿Se acuerdan del presentador de «El mero fondo» en los Simpson? Esto viene a colación porque, ya que estamos en estas, la última película de Alex de la Iglesia no se llama Mi vida como payaso. Así se titula una nota periodística publicada por él en El País. Su película en realidad lleva por nombre Balada triste de trompeta (2010) y está nominada para los próximos premios Goya.
Nota final: Todo por culpa de las precipitaciones de uno en el Facebook. Por eso, entre mis tareas quedará la de postear allí un día de estos el cuento popular "Los tres tamices".
Y hablando de precipitaciones, ayer llovió
tan ligeramente por esta zona del país que creo que sólo se mojó mi casa.
(Por si no lo recuerdan, les dejo el enlace con el presentador de
«El mero fondo»).