En esta ciudad es la noche, pero a mí me han exiliado de la noche y su sonrisa. Busco un lugar prototípico donde descansar y beber una cerveza y no lo encuentro. Mi ropa, esta chamarra de mezclilla de Luz y Fuerza que me regaló un mi tío, no le parece adecuada a los cancerberos de las entradas. Vestido así, me ponen muchas trabas: que ya van a cerrar, que el lugar está lleno y no pueden violar los estatutos del aforo, que ya para qué entro si todos se están yendo (aunque nadie salga).
Yo me voy por las calles de la ciudad mirándole su lluvia, el reflejo de los semáforos en sus calles húmedas, el rostro de sus muertos: camino junto a la llorona, junto a sus fantasmas prehispánicos, sobre los huesos de los ancestros. Yo, como ellos, también tengo sed.
Voy gritando: ¡Amamántame, Ciudad de México, dame de beber!
Pero a la ciudad, a estas horas, se le olvida que fue laguna.
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