Al escuchar el mensaje de año nuevo de quien es presidente de este país, no puedo dejar de pensar que este 2010 puede convertirse en un otro año perdido. Desde los primeros días de enero, el que dirige (¿dirige?) los rumbos del país renueva su compromiso de atacar con todas las atribuciones a su alcance a la delincuencia organizada. Y en mí rebulle la sensación de que tengo que hacer algo, lo que esté a mi pobre alcance meramente personal, meramente ciudadano, para tratar de responder a lo que me parece que es un camino equivocado.
El presidente, y junto con él los empresarios, los panistas, miles de ciudadanos, decidió, al inicio de su sexenio, que ya no se podía tolerar tanta violencia en México y emprendió lo que ahora se conoce como “guerra contra el narcotráfico”. Esta guerra necesitaba de los elementos más capacitados, menos corrompidos, para llevar a cabo dicha actividad y por ello recurrió al Ejército. Los sacó de sus cuarteles y los puso a vigilar las calles: han hecho retenes, han perseguido a los delincuentes y han aplicado con ellos tácticas que son características de cualquier tipo de guerra (por ejemplo, repeler agresiones con fuego mortal, después de todo, un ejército no libra batallas a medias). En ese camino han cometido, según reportes de la prensa, más de una equivocación y el resultado ha sido terrible, aunque la apatía del resto de nosotros ha permitido que sus vidas, como si no importaran, como si no tuvieran su derecho a atardeceres, tranquilidad, amor, respeto, se pierdan en una nube de indiferencia. Ha muerto una familia que no se detuvo en un retén, una niña que viajaba en un microbús con su padre, un hombre que se dirigía a visitar a un amigo en un fuego cruzado. A esto, Hollywood nos ha dicho que se le denomina “daños colaterales”, es decir, bajas inmerecidas que son parte de un plan mayor.
Yo pienso en ese plan mayor. ¿Cuál es su finalidad? Pienso en una hipótesis de respuesta: las autoridades desean reducir (imposible erradicar) el grave índice de narcotráfico en el país. El plan sería loable si el ser humano no fuera tan simple como el plan. Se le gana a los malos y ya, todos los buenos vivimos con tranquilidad: viajamos, comemos, vestimos, nos educamos, trabajamos, nos divertimos bien y para siempre. Pero, lamentablemente, el ser humano no es así de simple. Y no hablo del ser humano mexicano (no aún), sino del ser humano en general. No es simple. No voy a meterme por ahora en la vieja discusión de si el ser humano es bueno o malo o tabula rasa por naturaleza. Lo que sé, es que la mayoría de las personas que son “buenas”, digamos, requiere de condiciones indispensables para serlo. Estas incluyen (y no son todas porque no tengo la capacidad para ver todas y enlistarlas) una educación no dogmática, un trabajo que genere ingresos suficientes para la vida, óptimas circunstancias de entorno, acceso a la información, al arte y a la cultura, etcétera. Y aún con todos esos requerimientos cubiertos, tampoco se puede garantizar nada.
El ser humano no es sencillo. No se le puede decir “ten estos diez mandamientos y guíate por ellos”. El ser humano es uno y su circunstancia. Esa intuición de Ortega y Gasset (“yo soy yo y mi circunstancia”) puede ser un buen punto de partida para tratar de desentrañar el problema.
¿Cuántos de los que ahora, veinte, treinta años después, son los delincuentes, tuvieron acceso a la educación, y con la educación al trabajo, veinte, treinta años antes? ¿Cuántos de los delincuentes han tenido siquiera el chance de acceder a un libro, a una pintura, a una obra de teatro, a una buena película? Yo no los voy a disculpar por sus acciones, sin embargo, pretendo despertar una consciencia sobre ellos y su circunstancia. Sé que habrá gente que se indigne ante mis comentarios, que dirá que yo soy un ingenuo o me dirá otras linduras más subidas de tono. Pero creo que hemos malinterpretado la circunstancia de ellos. No sólo malinterpretado, sino que además les hemos pedido que, a pesar de que carecieron de educación, alimentación, de una formación válida, de acceso a cualquier medio aparte de la televisión para informarse, sean “buenos”. Creo que le pedimos mucho a esos seres que no tuvieron más que resentimiento para comer, resentimiento para trabajar, resentimiento para vivir. Sé que existen muchos casos de éxito a pesar de las desventajas: mucha gente que no tuvo nada pero que hoy en día es un buen barrendero, un buen destapacaños, un buen labriego, un buen comerciante. Pero habría que darse cuenta: la mayoría de quienes fueron pobres ayer lo siguen siendo hoy, pero buenos, domesticados para servir a los intereses de los más educados.
El presidente de México parece desdeñar la educación al privilegiar las armas. Contra un arma, nuestra herramienta humana más eficaz para establecer un puente entre dos seres humanos, el diálogo, tiene poca utilidad. La educación en la violencia no es el mejor lugar para el desarrollo de una persona. Y el presidente está educando a una generación de niños a resolver los problemas mediante la violencia. No sólo eso, también educa a no permitir desviaciones en una conducta humana que él considera que no tiene alternativas.
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