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jueves, diciembre 30, 2010

El hipnotizador

-Cuando despiertes estarás muerto -susurró el hipnotizador.
     Y tronó los dedos. 










 

martes, diciembre 28, 2010

Taxidermia


Llegaron a la casa junto al río y lo primero que les sorprendió fue que había muchas curiosidades para ser sólo una casa de descanso: máscaras africanas, fotografías de cacería, garzas taxidermizadas desplegando sus alas en un vuelo detenido, cabezas de ciervos y de toros en las paredes.
          -Mira este cocodrilo -dijo el doctor Benavides a su esposa, acercándose al cocodrilo que presidía la sala-. Parece vivo.
          El problema era que estaba vivo y el doctor Benavides se quedó sin cuello.











sábado, diciembre 18, 2010

Estar vivo me escuece

Estar vivo me escuece. Es una comezón por dentro de las venas que las uñas de mi sangre efervescente rascan y acrecientan.
   En la noche jamás encuentro reposo. No me seduce el cansancio, la cercanía del sueño o la suave invitación a rendir los párpados en la cama. Me siento vivo y se me erizan los vellos como estremecidas olas cerca de una tormenta eléctrica. En la noche comienza a vibrar mi piel como ante la inminencia de un terremoto o del sexo: o de nada.
   Me está esperando la calle, el asfalto, los locos. Las luciérnagas, los grillos lascivos, los pasos siempre furtivos de todos los pasos que transitan la noche.
   ¿Cómo evadirme del hechizo de la luna, si allá afuera exige mi presencia?
   El cielo barre todas las nubes con la escoba de los vientos.
   –Descorre la cortina –escucho–. Déjame entrar.
   Y lo que escucho podría ser un sueño o una ronda.
   Siento en la oreja el grito mudo de una luna que me llama por mi nombre.
   Si yo despertara, caminaría al patio y abriría mis manos y recibiría cada rayo como el agua de un chaparrón.
   Pero no despierto porque estoy despierto: esta es la realidad con todos sus pelos. Esta es su desesperación.
   La luna me llama.
   –¿Qué haces metido en tu casa, acostado, soñando esto, mientras yo me desgañito en el cielo?
   El timbre de voz de la luna es imperioso.
   Me llama.
   Y en mí bulle a cien grados un otro que me ha descobijado de la piel y se ha apoderado de mis ojos: me obliga a trepar a la noche como a un caballo ciego, me invita a hincarle las espuelas en las costillas: la noche es una cabalgata desbocada que termina siempre en barranca.
   De este paseo conozco las cicatrices, los rasguños, la sangre.
   Salgo para no faltar a la cita y la noche me ha reservado un cielo límpido al que la mera palabra límpido no alcanza a describir: barrido por la escoba de los vientos, el cielo se sacude las nubes y la luz naranja y queda como arena de un mar donde fosforean estrellas.
   Si yo fuera un niño cósmico, recogería todas como quien recoge conchas y haría un collar. ¡Quizá soy un niño cósmico y estoy huérfano en esta calle sublunar!
   Pero me ocurren cosas de un adulto borracho cualquiera: me detiene una patrulla; me pregunta el conductor que hago. Yo he estado contemplando la luna a través de las ramas de una jacaranda moradísima.
   –Estoy viendo la luna.
   Simple, sencillamente he obedecido la orden de salir y me he asomado a la rendija mortecina de la luna como a la ventana del ojo inquieto de una japonesa. Todo para tratar de averiguar qué pasa, de qué se trata la noche.
   El policía me mira con sorna y se va.
   Soy la epidemia de las calles oscurecidas. La infección de mi cuerpo enciende otro cigarrillo, otro clavo encendido para el ataúd de mi cuerpo: cargo mi pulmón izquierdo muerto.
   A las cinco de la mañana escribo una nota en mi teléfono celular: “vivir me escuece”. Después busco a quién mandarle ese mensaje: rastreo tu nombre entre la lista de contactos.
   El mensaje aletea hasta los satélites y yo ya no sé si arriba al teléfono que deseo. Pasan minutos infames en los que pienso que no encontraré respuesta. No encuentro respuesta. Todo duerme en estas calles.
   Y aunque sé que no es prudente, que mis acciones podrían parecer las de cualquier acosador trasnochado, marco.
   Suenan los repiques de llamada uno tras otro.
   Yo estoy en la confluencia de dos calles angustiosas. Aguardo. Y cuando al fin se levanta el auricular y una voz de mujer amodorrada inunda la línea, me presento: es inútil negar que se trata de mí porque en estos tiempos de identificador de números, las llamadas anónimas no tienen mucho sentido. Comienzo apurado una justificación amorosa: sólo el amor, o cualquiera de sus sucedáneos, puede explicar una llamada tan intempestiva. Pero apenas en las primeras líneas de una verborrea pretendidamente seductora, me detiene su voz.
   –¿Sabes qué? –me dice, en medio de mi trastabilleo verbal–. Estoy cansada.
   –Sí, sí, perdón –me apresuro a disculparme antes de colgar.
   Y me quedo con restos de oraciones ensayadas que, para exorcizar, arrojo a los árboles escuálidos que decoran, alejados de cualquier bosque, la ciudad.
   –Árbol –le digo–. En otra vida hubiéramos sido felices. Árbol, tendríamos que habernos conocido antes.
   Me alejo del árbol como uno se aleja de una amante que nunca volvió el rostro: con cierta sensación de haber hecho el ridículo y sólo esperando con esperanza idiota que venga la fría y dulce cobija de la muerte y el olvido.
   De eso se trata la noche. De eso y de buscar a veces bajo las piedras una respuesta.
   Y luego amanece, hace frío, el hombre de los tamales comienza a montar su negocio en una esquina…






jueves, diciembre 16, 2010

La callejuela





La callejuela, 2008





lunes, diciembre 13, 2010

Los espejos

Les dejo el enlace de otro cuento. Que lo disfruten.










viernes, diciembre 10, 2010

Mi ciudad es chinampa




Mi ciudad es chinampa, 2007







jueves, diciembre 09, 2010

Autorretrato de un antifaz






Autorretrato de un antifaz, 2007












miércoles, diciembre 08, 2010

Viajes caros

Sabía que aquel viaje me iba a costar un ojo de la cara y, sin embargo, decidí que tenía que conocer a los gringos en su hábitat, quitarme la mala impresión que siempre me dan en las playas o en las discotecas o cuando besan a la mujer que amo y sonríen con sus dientes de comercial.
    Pagué mi pasaporte, los derechos de tener una entrevista, me vestí elegante (hasta me rasuré, me eché loción, me peiné) y fui a la embajada. El cónsul me pidió referencias bancarias, yo le entregué mis talones de pago, él quería ver más abultada mi cuenta, yo no tenía el dinero suficiente. El tipo estaba a punto de despedirme con un ademán de la mano cuando probé un último recurso: me quité un ojo y lo introduje debajo de la ventanilla. El cónsul, sorprendido como un hombre que sólo trabaja para pagar sus cuentas y no espera toparse con un lunático el primer día, justo el primer día, tomó el ojo entre las manos y fue a consultar al embajador. Regresó al cabo de un minuto:
    –Aquí sólo aceptamos ojos azules.
    Y me negó la visa.






*Aparecido en Matardragones, 2003.























Cita con la estatua


Cita con la estatua, 2007























sábado, diciembre 04, 2010

Hoja suelta

Siempre me dio la impresión de que las personas que me rodeaban sabían mucho más que yo de algún misterio. En sus ojos brillaban todos los arcanos y yo no podía acceder a ellos. Me he pasado todo el tiempo metido en lo que otros antes de mí y de ti dijeron para revelar esa duda. Libros, citas, sexo, el día y la noche, la prueba. Ahora me doy cuenta que ese misterio que habitaba aquellos ojos era el mismo misterio que el mío. El sencillo, doméstico, inviolable secreto de ser solamente un humano.
   Un humano caminando: hoja suelta al viento.





























miércoles, diciembre 01, 2010

Breve defensa de la filosofía

Hay una tendencia de pensamiento que se inclina a creer que la filosofía es inútil. Por ejemplo, en 1959 C.P. Snow, científico y escritor él mismo, comenzó una discusión acerca de lo que denominó las dos culturas: por un lado la cultura científica (donde quedaban incluidas las matemáticas, la física, la química) y por el otro la cultura humanista (adonde se remitían las artes y la filosofía y un poco las conocidas como ciencias sociales). En aquel momento, Snow reclamaba que la ciencia en la educación escolar estuviera tan relegada mientras la educación en artes era sobrevalorada, a pesar de que los avances tecnológicos habían sido decisivos para ganar la Segunda Guerra Mundial. El mismo Snow, en obras posteriores, limaría la aspereza con que se quejaba contra las humanidades, pero esa mecha de la dicotomía ciencia-humanidades ha continuado parpadeante y, de cuando en cuando, vuelve a encenderse para establecer diferencias. 
   En la actualidad, desde diversos ángulos, no faltan los eternos embates contra la filosofía y el más reciente viene de la mano de un científico británico de buenas referencias, el maestro Stephen Hawking, quien ha profundizado en el desentreñamiento teórico de los agujeros negros y del origen del universo. Según una nota periodística, en su reciente libro, El gran diseño, afirma que la filosofía ha muerto «porque no se ha mantenido al corriente de los desarrollos modernos de la ciencia, en particular de la física». Y que los científicos se han convertido en la vanguardia de la cruzada por la verdad. O algo así. 
   Yo estoy seguro de creer en las teorías del doctor Stephen Hawking. Él las ha de haber enunciado ya, antes de buscar vulgarizarlas en un libro, con un denso aparato matemático y seguramente una gran cantidad de científicos en diversas universidades importantes las ha comprobado con todo el rigor del método. En lo personal, lo del multiverso me parece una solución probable (aunque en matemáticas yo entendí hasta las derivadas y las integrales). Sin embargo, no deja de ser una sólida elucubración teórica de algo que, en este preciso momento histórico, ya no podemos atestiguar: el Big Bang. Explicación que, con cierta claridad, nos relata cómo es que estamos aquí, cómo está funcionando el espacio-tiempo, la diversidad de universos que ocurren simultáneamente, cómo se colapsará todo y de vuelta, al estilo de un eterno retorno. Pero no el porqué teleológico. (Quizá no lo tiene). 
   En este punto entran las potestades de la filosofía. Recordemos que la filosofía es una herramienta intelectual que, entre otras cosas, busca desentrañar la función del género humano en este mundo. Plantea las preguntas que el hombre se ha hecho desde el fondo del tiempo: ¿Para qué estoy aquí? ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Qué soy? ¿Qué me rodea? Desde los albores de nuestra consciencia como civilización, las grandes cuestiones han asomado al íntimo fuero de cualquier ser pensante. Nuestra especie, la más salvajemente inteligente de todas las criaturas que han poblado hasta ahora este mundo, le ha dado respuesta a esas interrogantes de diversas maneras: ha habido toda clase religiones y toda clase de escisiones religiosas y derivaciones sectarias. Infinidad. Amén del conjunto de dioses con los que cada civilización denominó cada uno de los fenómenos celestes, de los animales, de las hojas de los árboles. 
   Sin embargo, también ha habido personas que no se creyeron ese cuento y dijeron: «aquí hay gato encerrado» y se negaron a ciertos dogmas, e incluso los rebatieron con relativo éxito. La filosofía, como el fuego mismo, apareció en todas las culturas —tanto en China, como en Arabia, como en el reino maya— pero en un momento determinado de la historia convencional de la cultura occidental se sitúa el origen más lúcido de esta herramienta, definida ya como tal, en la antigua Grecia. A partir de entonces se comienza a hacer la pregunta sistemáticamente. Y en esa pregunta se quiso responder al porqué y al origen de las cosas no sólo por la hermosa narración mitológica de ellas, sino también por la reflexión. A veces, esa reflexión condujo desde temprano a la duda sobre los dioses y al agnosticismo, como en el caso de Protágoras (485-411 a.C.), quien hacia el final de su vida incluso tuvo que huir de su lugar de origen debido a lo incendiario de sus recelosas proposiciones respecto a los dioses. (De ahí que me refiera al éxito de la filosofía como relativo: aunque ha marcado grandes hitos en el conocimiento del mundo, tiende a chocar una y otra vez contra la misma piedra: la masa alienada). 
   En la búsqueda de la solución se dieron respuestas tanto sensatas como descabelladas, pero ambas fueron insuficientes. No obstante, la pregunta humana ya estaba haciéndose y su ávida búsqueda de solución, cada vez más afilada, se ha extendido por todos lados y en todas direcciones. La cuestión se enfocó hacia el interior de la mente, y la filosofía se volvió psicología; hacia la carne que lo hacía un ente vivo, y se volvió medicina; hacia las estrellas, y se volvió astrofísica; hacia la inmaterialidad de los números y se volvió matemática; hacia el fenómeno de los conjuntos de civilizaciones, y se hizo sociología; se hizo historia, antropología, lingüística, química... 
   Si hoy el doctor Hawking nos puede explicar (quizá sólo aproximadamente, para nosotros los legos) que el universo es en realidad multiverso, es debido a una larga serie de acontecimientos históricos regidos por la lucha de las ideas que han permitido, más mal que bien, más difícil que fácil, que la ciencia haya podido llegar a sus conclusiones teóricas. Pero es, hasta ahora, sólo la última de las respuestas dentro de su ámbito. 
   (Claro que si el doctor Hawking dice que Dios no sería necesario en un universo como éste, regido por fuerzas gravitacionales y excepciones, bueno, esa explicación ya dejó de ser física y se convierte en argumentación con tufos filosóficos. Un tema vigente y viejo en la humanidad: esa ausencia divina que se sospechaba desde las épocas agnósticas condujo a que algunos filósofos como Nietzsche de plano anunciaran su muerte. O sea que la filosofía especulativa, si queremos ver los avances humanos como una competencia, hizo su tarea primero para descifrar y aproximarse a la realidad y a su verdad aparente y profunda). 
   Por tanto, este último punto alcanzado de la ciencia física es también, y en todo su derecho, un patrimonio de la filosofía. Más que la puñalada artera, este el último dato suministrado por el doctor Hawking comprobará, aunque parezca difícil de creer, la buena salud de esta herramienta. El conocimiento de estos descubrimientos y teorías sobre la galaxia, su mera referencia o sesuda adquisición por parte de diversos sujetos humanos para completar el mapa de la realidad, serán aprehendidos mediante la reflexión personal de cada individuo. La filosofía será entonces la que pondere la importancia de este descubrimiento acerca de nuestra realidad (que no es poca) y, a partir de allí, busque desentrañar los nuevos paradigmas hacia el hombre mismo. Es decir, ya sabemos esto del multiverso, pero ¿cómo funciona eso dentro de nuestro mundo personal? ¿Cuál puede ser su función ética? ¿Cómo influirá esto en nuestro devenir social? Las respuestas vendrán de la síntesis de los conocimientos derivados de los otros múltiples brazos de la filosofía, que, contrario de lo afirmado por Hawking, y (¿por qué no decirlo?) a pesar de lucir aletargada, vive y se nutre, hoy como siempre, de la constante curiosidad humana.