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jueves, diciembre 17, 2009

Píldoras anticonceptistas

Hacía tiempo que no sabía nada de Marco A. Almazán y no precisamente porque esté muerto desde 1991. Sólo había leído (¿reído?) un libro suyo, el magnífico Rediezcubrimiento de México, cuando tenía catorce o quince años, y me había bastado para entender algo importante sobre la literatura: que no siempre tenía que ser seria. No nada más eso, sino que la vida en general no tiene por qué ser tan seria en sus cosas. Hay escenas de esa obra que todavía despiertan en mí la tendencia a la risa. Recuerdo que, una vez terminada de leer, busqué saber más del escritor de esa novela, pero la contraportada era muy escueta en sus noticias y en ese entonces no existía internet: sólo me enteré de que entre sus libros se encontraba uno llamado Píldoras anticonceptistas y el nombre me pareció chistosón.
   Pues bien, para no hacer el cuento largo, hoy, vagando en una librería de viejo, manoseando las hojas amarillas de los volúmenes, que me encuentro con Marco A. Almazán y las dichosas píldoras (editadas en 1980). Es una colección de chascarrillos, anécdotas, juegos de palabras, sabiduría pícara (que no picaresca), humor "rescatado del anonimato, de las ráfagas de conversación", todo ello suministrado en veinte tomas, no por capítulos. Hemos pasado una tarde muy agradable y he reído (¿leído?) con gusto.
   Pongo estos pocos. La numeración, y la arbitraria selección y por ende descontextualización, es mía.


1. Anuncio en una librería de Monterrey:
"No está prohibido leer estos libros, pero se ruega hacerlo en casa".

2. En cambio, hay libros tan gordos que sus índices parecen pulgares.

3. La exportación de películas mexicanas al extranjero es nuestra manera de hacer la guerra.

4. Cuando la señora le presentó el abrigo de pieles que acababa de adquirir, el marido lo tomó con filosofía. Y letras.

5. Intelectual es un señor que piensa mucho y gana poco.

6. Algunos críticos, más que incisivos, son caninos.

7. Después de la muerte de Mozart, su viuda se trasladó a Copenhague, en donde al cabo de un tiempo volvió a contraer matrimonio. Muerto también su segundo marido, hizo grabar el siguiente epitafio sobre la lápida:
"Aquí yace el segundo marido de la viuda de Mozart".

8. Dios, según parece, siempre salva primero de morir ahogados a los que saben nadar.

9. Por otra parte, no hay nada como tener que pagar pensiones alimenticias para hacer prolífico a un escritor.

10. Filósofo es un señor que tiene una solución para cada cosa, hasta que la cosa le sucede a él.

11. Aquel señor era tan optimista, que antes de morir tomó un curso de arpa.

12. El problema de las familias modernas es que les sobra demasiado mes al final del sueldo.

13. Hay maestros que imparten su ignorancia.

14. Los hombres de letras invariablemente tienen varias vencidas.


Esa última es mi favorita y, junto con la 9 y la 12, es autobiográfica. Y creo que la 13 es la causa de que este país esté como esté.



miércoles, diciembre 16, 2009

Ansiedad

Yo padecí esos episodios durante casi un año. Fue atroz. Escribí mi testamento, me volví más alcohólico, siempre estaba nervioso. Escribí en todos los apuntes a medias sin ton ni son pretendiendo no dejar nada inconcluso. Mi casa se volvió un infierno del descontrol. Y en las noches me iba a morir. Y mi hijo se iba a quedar solo. Y mi madre iba a sufrir. 
   Todos los días de ese año, en algún momento, sentía que venía el final. Se cernía sobre mí la oscuridad y el infinito. 
   (Mis amigos, si estaban, me decían que me tranquilizara, que respirara hondo, que todo estaba fluyendo, ten, tómate esto. ¡Pero ellos no eran los que iban a morir!)
   Me metí a revisar mis síntomas en internet. Quesque lo más probable era que fuera ansiedad. ¿Te imaginas, internet recetándome?
   Fui a ver un médico. Ya sabes, me palpó, escuchó mi corazón, me dijo que no tenía nada. Que hasta era sano. No, no puede ser, reviré, he fumado desde los quince años. Algo ya no está bien en mí, eso es seguro. Pero el doctor sólo me sonrió. 
   Me saqué una radiografía del pecho y, fantasmal, la enfermedad que me atormentaba no mostraba el menor vestigio. 
   Tenía una lesión de fumador. Aún no sé que es eso pero hasta dejé tres años de fumar. Pero eso todavía no me mataría. 
   Un día decidí reconciliarme con la muerte. Me leí entero el Tao Te King una y otra vez y supe que nada sabemos, que nada somos, que es más feliz el hombre que sigue el camino que el que no, y que el camino se hace al andar (eso es de Machado, otra buena filosofía que sigo). Y que estoy en el camino y que no puedo eludirlo. Y que yo ahora soy sólo una de las diez mil cosas, como mi hijo, como mi madre, como el hombre más feliz de la tierra y el más triste, que antes estuvieron las diez mil cosas reunidas y que lo seguirán estando a pesar de que me vaya.
   Que el fin ocurre y quizá uno sea el menos enterado de que ya ocurrió. 
   Me comencé a sentir bien. Dios no existe, pero todo está bien. Está cool. Bailemos.
   Y la gente de mi ciudad comenzó a verme feo, no te lo voy a negar. Sobre todo porque, anduviera donde anduviera, yo soltaba largas parrafadas sobre "las diez mil cosas", "el camino", "la ansiedad", "¿cómo es posible que ninguno de esos pinches políticos se de cuenta del camino?" y así. Todavía me apodan "extraño", lo cual satisface mi ego. 
   Como sea, a veces, a pesar de todos los problemas, ciertas discusiones con mi mujer, el escaso empleo para un escritor medianamente bueno, la falta de claridad sobre mis deseos en esta vida, a veces, repito, siento que sé algo importante. Que vencer la ansiedad, como vencer la gripa, me dejó algo importante: no sé definir bien qué. Quizá calma. Quizá bienestar con uno mismo. En una de esas, hasta seguridad. ¿Aplomo? Quién sabe. Lo de menos es ser el loco del barrio.