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sábado, abril 24, 2010

Balcan

Me gusta la música balcánica, el ritmo desenfrenado de los posesos instrumentos de viento. Una orquesta balcan siempre me prende, y yo cuando me prendo quiero incendiar a otros, hacerlos partícipes de esa danza. Cómo disfruto bailar. De la música balcánica lo que me gusta es su ritmo, lo que su ritmo hace conmigo: soy todas las partes de mi cuerpo: su ritmo me libera.

PD. Y además qué muchachas tan guapas.

martes, abril 20, 2010

El "gusto especial" de Calderón

Joaquín Sabina llega a México y en rueda de prensa, sintiéndose campechanamente nacional, suelta una serie de afirmaciones sobre la ingenuidad del que ocupa la silla presidencial que calan hondo en los tímpanos de los más encendidos chauvinistas. “¿Pero cómo se atreve a opinar ese español de lo que se debe hacer en México?” u “otra vez creen que nos van a conquistar con espejitos” son parte de las afirmaciones con que algunas personas en la calle y en el ciberespacio se rasgan las vestiduras del orgullo patrio. Y es que, según este razonamiento furibundo, el Estado mexicano es soberano y nadie va a venir a decirnos cómo hacer las cosas. Supongo que bastaría con recordarles a esos compatriotas quiénes son los dueños de la mayoría de los bancos, las fábricas, las tiendas de autoservicio, los programas televisivos; quiénes los fabricantes de armas, automóviles, aviones, tecnología; quiénes los autores más vendidos, los discos más escuchados, las obras de teatro más montadas, para que se diluya su preocupación por las ideas vertidas por Sabina (que además no son nada novedosas y que han tenido sus expositores nacionales, a los que nadie pela porque no son extranjeros: el ir y venir del malinchismo-chauvinismo hecho en México).
   Pero como esa nueva exhibición de la ingenuidad de Calderón no se puede quedar sin respuesta, porque aquello de la libertad de expresión siempre tiene que ser matizado por la autoridad, de inmediato salió a la palestra el secretario de Gobernación a aplacar con elegancia y seriedad, al menos en la actuación, a los que pedían la aplicación defenestradora del artículo 33 constitucional. Gómez Mont afirma que “no se espere de mí una actitud revanchista o acomplejada frente a los dichos del señor Sabina”. Y añade que, por otra parte, o quizá el motivo fundamental de este gracioso perdón, el ciudadano Calderón “tiene especial gusto por la música de don Joaquín Sabina”.
   (Y aquí apunto una charla imaginaria. –¿Corremos a ese izquierdoso drogo borracho, señor? –No, cómo crees. Si yo tengo un especial gusto por su música.)
   Ante la situación, uno no deja de preguntarse, bastante intrigado y medio sacado de onda, qué será lo que en don Felipe Calderón despiertan las canciones de Sabina. Basta examinar un poco las canciones del español para que el misterio se vuelva insondable. ¿Cuál será la canción favorita del señor Calderón? ¿“Y nos dieron las diez”, por aquello de que quizá transcurre, por la similitud con ciertas canciones rancheras de los acordes de su música, en algún lugar de este lado del charco? Habría que considerar, sin embargo, que el sujeto poético de la canción termina, en su desesperación por no encontrar al antiguo amor de ocasión, apedreando los cristales de un “banco hispanoamericano”. Digamos, por tanto, que el amoroso tiene algo de vándalo. Así que, ponderadas las “cualidades anticriminales” del ocupante de Los Pinos, esa canción queda descartada.
   ¿Será entonces la que dice: “yo quiero ser una chica Almodóvar, como la Maura, como Victoria Abril, un poco lista, un poquitín boba…”? A pesar de que la bobaliconería pueda aplicarse sin miramientos a Calderón (y a todos los que se creen más listos de lo que son, incluido el que arriba firmante) y embonarle como anillo al dedo, la rola alude a ciertas honduras homosexuales que el panismo quisiera ver anuladas. Ergo, esa tampoco parecería ser de las que le produzcan “un gusto especial”.
  Quizá la que le pone los vellitos de punta sea aquella que comienza: “sentados en corro, merendábamos besos y porros. Y las horas pasaban deprisa entre el humo y la risa”. Su ritmo bandolonero y la saudade de la voz que afirma que “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió” pueden enganchar a cualquiera que tenga una ligera brizna de sensibilidad. Pero la palabra “porro” viene a trastornar esa posibilidad. ¿No acaso los porros son esos cigarrillos hechos de la vilipendiada ma-ri-gua-na? ¿Cómo entonces? ¿Acaso es probable que la ma-ri-gua-na sea compatible con la risa, con la nostalgia? No, imposible, aquí lo único que se admite es el sacrosanto alcohol, que es tan bueno que hasta Cristo lo bebió. O a ver, ¿cuándo se vio que el mesías se diera un toque? Y no es excusa decir que en la Jerusalén de entonces no existía esa planta, porque Dios es Dios y, si hubiera querido, hacía una plantación y de un porro armaba quinientos y, órale, todos a ver a Dios en el desierto.
   ¿Cuáles serán las canciones por las que siente ese “gusto especial” Calderón? ¿Todas las que no hablen de drogas, maleantes, homosexuales, adúlteros, piratas cojos, prostíbulos? Es decir, todas las de amor, notoriamente emotivas (que por otra parte nacieron de una intuición que incluía a las drogas, los maleantes, los homosexuales, los adúlteros, los piratas cojos y los prostíbulos).
   Vano continuar con la ociosidad de buscarle explicaciones al “gusto especial” de Calderón. Pero no dejan de intrigar los vericuetos mentales que llevan a disfrutar a un sólido panista de ese tipo de canciones. Por ningún lado se ve la coincidencia entre el panismo y la poética sabinista. Básicamente son tan antagónicos que el profundo humanismo con que Sabina retrata en todas sus canciones a sus personajes y sentimientos, sin importar que su personaje sea un ladrón de bancos, un robacoches o un ciudadano cero, es incompatible con la ideología de un solo pensamiento, una sola estrategia, que domina este país. Esa estrategia que ya ha acabado violentamente con la vida (¡la vida!) de veintidós mil personas que tenían hijos, padres, novias, hermanos, amigos, palabras. Se puede nombrar diez, veinte, cincuenta pueblos enteros en este país que no alcanzan esa cantidad de gente. ¡Pueblos enteros! Una estrategia que en tres años, para ponerla en perspectiva, representa en muertos el número de individuos que caben el estadio del Atlante. Y la imagen mental derivada de ese símil es aterradora: un estadio donde sus tribunas abundan en asfixiados, descabezados, ahogados, metidos en tambos, acribillados, con tiros de gracia, niños atrapados en fuego cruzado, mujeres violadas, torturados…
   Cada quien tiene el derecho de ponderar lo que anima su sensibilidad. Pero algunas personas, sobre todo a los que creen que la mejor manera de resolver los problemas es llevar un ejército a respaldar sus visiones, deberían restringir por pura coherencia la emisión por interpósita persona de sus gustos. Sólo contribuyen al desconcierto y la extrañeza que abundan en este país y enlodan la obra de un artista verdadero.